
Ana Zanuy |
Cuando me enteré de la buena nueva de que nuestra compañera del Banco, Ana Zanuy, iba a cumplir cien años, le pedí al Director de «La Sirena de Aragón» que me acompañará a su domicilio para, juntos, realizarle una entrevista, ya que tuve el gran placer de trabajar, hace muchos años, con ella, en lo que fue la Dirección General del desaparecido Banco de Aragón.
En la actualidad, vive con una sobrina, María Pilar Zanuy, y con el esposo de ésta, los cuales se desviven en cuidarla. Nos dicen que les trasmite su alegría, su esperanza de vida y su buen carácter. Ana se defiende, diciendo que si en alguna ocasión ha tenido que llamarle la atención a alguien lo ha hecho, pero nunca con acritud, argumentando que el cariño hacia sus sobrinos es grande.
Sorprende, muy favorablemente, el aspecto de Ana; independientemente de su habitual jovialidad, rebosa salud por todos los poros de su anatomía. Pero como quiero ser respetuoso con la normativa de nuestra entrevista, le pido que haga un ejercicio de memoria -aunque siempre es dificultoso a su edad- y nos hable de sus inicios como empleada de banca.
No me resulta ninguna dificultad responderte porque, afortunadamente, a pesar de mis años, conservo una buena memoria, en realidad siempre la he tenido. Yo nací el siete de marzo de 1907 y entré a prestar mis servicios en el Banco de Aragón a los diecinueve años, concretamente en el año 1926. Mi hermana María (ya fallecida), lo hizo también el mismo año pero un poco mas tarde. Cuando ya llevaba algún tiempo, un buen amigo de la familia, Don Miguel Portolés, me reclamó para entrar en la Telefónica, pero me negué porque ya me había acostumbrado al trabajo bancario y me gustaba, además mi padre también estaba en el Banco con el cargo de Inspector y era un apoyo. Me jubilé a los sesenta y cinco años, después de cuarenta y cinco años de servicio, con el cargo de jefe.
Ana Zanuy con su sobrina
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En aquella época ¿habría pocas mujeres bancarias?.
En el Banco de Aragón, solamente mi hermana y yo, y la telefonista, Pilar Bregante, pero ésta no desempañaba labores administrativas. Creo recordar que sólo había otra chica que trabajaba en Banesto.
Nos gustaría que nos hablara de sus primeras experiencias en el Banco.
Pasé a pertenecer al negociado de Inspección General, donde siempre he estado, y mi jefe era Don Joaquín Pérez Martón, dicen que era misógino, es decir que odiaba a las mujeres. Algunos compañeros dijeron: «Pobre Anita, la devorará en cuatro días«. Pero a mí siempre me tuvo un aprecio especial y me trató muy bien. Me acuerdo mucho de él; murió un día de repente y lo sentí mucho. Un sobrino suyo, con el transcurso de los años, me dijo que en una ocasión le había confesado que se arrepentía profundamente de no habérseme declarado y casarse posteriormente conmigo.
Por lo que nos cuenta ¿Con los compañeros, se llevaba muy bien?.
El trato con ellos era excelente, incluso en alguna ocasión, por el puesto que ocupaba, les solucionaba algún problema. Un día logré que no sancionaran a un muchacho que llegaba tarde porque visitaba a su novia en Tarazona. Don Cipriano, su inmediato superior, me dijo que era una «madraza» y que sacaba la cara por todos. Recuerdo, con nostalgia y cariño, a compañeros como a Ferrer Polo, Corvinos o Bona. Todos éramos como hermanos, fuera y dentro de la oficina, y yo estaba como una reina. Con los jefes superiores también tenía muy buen trato, como con Don José Joaquín Sancho Dronda.
Pero, en aquella época el trabajo administrativo era muy duro.
 Es cierto, era exhaustivo. Por mi mano pasaban todos los datos de la clientela, que yo controlaba perfectamente; también tenía mucho trato con los directores de las sucursales. Hace años, en una ocasión, de las contadas veces que he faltado a trabajar por enfermedad, ya que, gracias a Dios, siempre he tenido una excelente salud, sin ningún ánimo de pedantería, diré que pusieron en mi puesto a tres compañeras y no podrían juntas desempeñarlo. He tenido siempre mucho nervio para trabajar.
Aún en la actualidad, le apreciamos una gran vitalidad.
La salud siempre le he tenido excelente, nunca he tenido dolores ni enfermedades. Algunas amigas no se lo creen pero es cierto. Jamás he tomado medicinas, aún en la actualidad, que el único mal que tengo es una degeneración macular en la vista, pero, a mis cien años, oigo perfectamente y conservo todas las facultades.
¿Qué opina del trabajo en el banco hace años y los cambios posteriores?.
Aquella era otra vida, ya no desde el punto de vista administrativo, que ha cambiado como de la noche al día, sino en el trato humano que se dispensaba, lo mismo al compañero que al cliente. Ahora prima mucho el aspecto económico y se olvidan otros valores.

Pero, ¿también habría tiempo para el ocio?.
Claro, me gustaba ir, todos los veranos, a la residencia de Canfranc, donde se confraternizaba mucho. Como me satisfacía la nieve y caminar por el «Paseo de los Melancólicos«. También iba a la playa, sobre todo a Benicarló y a Peñíscola.
Rodeada y mimada por tantos hombres y con ese aspecto tan atrayente ¿alguna relación tendría, podríamos decir que, más que de trabajo?.
Yo soy soltera, pero porque nunca encontré a ningún príncipe azul, o quizá fui muy exigente para los hombres. Proposiciones tuve muchas, inclusive ya entrada en años. Mi compañero, Adolfo Lazaga, insistía mucho para casarse conmigo. Otro empleado, Gregorio Val, subía mucho a mi negociado, yo freo que cada cinco minutos, por la más nimia cuestión, sólo para poder verme y hablar conmigo. Y conste que yo nunca hacía nada para atraer a nadie, pero esa es la verdad.

Foto de familia
Pero ¿algo de vida social si que haría?.
Siempre me ha gustado mucho bailar, sobre todo en mi juventud. Todos los años iba a las fiestas de Baile de Calatayud y recuerdo que, en la sala de baile, me dejaban sola en la pista, junto a mi pareja, porque decían que lo hacía muy bien. En Zaragoza, me gustaba ir a «Las Palmeras«, sobre todo con mi compañero Antonio Soriano. Me impresionó mucho cuando murió, no hace muchos años. Era un excelente fotógrafo y un gran montañero.
Como final, y para no cansarla demasiado, ¿qué les diría a las nuevas generaciones de empleadas de Banca?.
Que sean sinceras consigo mismas y no escatimen su rendimiento y que lo hagan de corazón, como ha sido siempre mi norma. Evitar la pereza y amar su trabajo es muy importante.
Resulta muy agradable contemplar el porte distinguido y jovial de nuestra compañera Ana Zanuy, a la que cien años la contemplan, sin tener achaques ni saber lo que es un dolor, ni lo que es la tensión arterial, pero es un auténtico soplo de aire fresco escucharle hablar con esa sinceridad y honradez que sólo tienen en esta vida los elegidos.
Por Agustín de Vicente
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